La fe sin armarios de los católicos LGTBI: "Me niego a pensar que este Dios al que tanto quiero no me pueda querer como yo soy"
Organizaciones como Crismhom promueven una religiosidad inclusiva con todas las orientaciones sexuales.

Kike Becerra tenía claro que quería servir a Dios. Desde niño, en su pueblo de Colombia, participaba en la parroquia y en actividades sociales. Sentía la llamada. Una fe intensa, vocacional. Pero a medida que crecía, esa certeza empezaba a tropezar con algo que no lograba nombrar del todo. "Me intuía diferente, no sabía exactamente cómo era", recuerda. "No lo entendía".
Intentó varias veces entrar en comunidades religiosas. Se acercaba, se ilusionaba, pero cuando todo se volvía más serio, daba un paso atrás. "Me hacía el loco", dice. El miedo a llevar una doble vida le paralizaba. Lo que escuchaba sobre la vocación chocaba con lo que él empezaba a descubrir de sí mismo, "esa otra faceta mía", explica Kike.
En 2008, con 32 años, llegó a España. Se integró en una comunidad religiosa. Pero un día, sin explicaciones claras, le dijeron que debía dejarlo. "Intuían que yo era homosexual y me cerraron la puerta". Un tiempo después, volvió a intentarlo. Esta vez duró un poco más, hasta que en 2011 lo despidieron otra vez, sin nombrar la verdadera razón, aunque para Kike era evidente.
"Yo lo pasé mal, porque decía: 'Señor, llevo toda la vida intentando seguirte, ¿y ahora resulta que no puedo porque hay estructuras que me lo impiden?'". Nunca perdió la fe. "Dios preservó mi fe en una cápsula de cristal. La guardó hasta que estuve preparado para volver a recibirla".
Según el Informe Estado LGTBI+ 2023, publicado por la FELGTBI+, un 42% de las personas del colectivo en España se declaran católicas. En comparación con la población general, el colectivo es algo más ateo (44,6% frente a 43,5%), bastante menos católico (42% frente a 52,9%) y sigue más otras religiones (7,6% frente a 2,5%). A pesar del estigma, hay una parte significativa que no ha querido renunciar a su espiritualidad.
Crismhom, una asociación de creyentes LGTBI
Durante mucho tiempo, Becerra, no tenía asumida su homosexualidad. "Lo veía como un problema, como algo que tenía que sanar. Rezaba mucho. No sé si realmente le pedía a Dios que me hiciera heterosexual, pero sí por lo menos que no sintiera eso que sentía".
Su proceso de autoaceptación no fue inmediato, pero sí recuerda cuando hizo "el primer clic". Fue en 2014, durante unas convivencias, escuchando a un compañero relatar que por fin había comprendido que ser homosexual era un don de Dios. "Y ahí empecé a reconocerme, a valorar todo lo bueno que había en mí, todo lo bueno que Dios ha puesto en mí", recuerda emocionado.
El punto de inflexión llegó con un desamor. Kike conoció a un chico con quien empezó a salir. Se llevaban bien, había conexión, y él sintió que no podía seguir sin contarle una parte importante de sí mismo: que era creyente, católico, y que estudiaba Teología. La reacción no fue la que esperaba. "Él se declaraba ateo, y me dijo que quería desligarse de todo lo que tuviera que ver con la Iglesia, por historias personales suyas, con su familia". No hubo pelea, ni reproches. Solo una despedida. Y un regalo.
"Me dio calabazas, sí - recuerda Kike, escapándosele una pequeña risa- pero me dijo que me iba a hacer un regalo que no se me iba a olvidar en la vida. Y esa misma noche me llevó al local de Crismhom, cuando estaba en Chueca".
Ese gesto, inesperado, cambió su vida. Crismhom no era solo un grupo de creyentes LGTBI que se reunían a rezar. Era un lugar donde nadie le pedía que escondiera ninguna parte de sí, donde la fe y la orientación sexual no estaban en conflicto, donde no tenía que elegir.
Fundada en 2006 por un pequeño grupo de personas cristianas, Crismhom nació en Madrid con vocación ecuménica: católicos, protestantes, ortodoxos, creyentes con dudas o con certezas renovadas. Todos caben. Y eso, en un contexto donde la religión institucional sigue marcando distancias con las personas LGTBI, es casi revolucionario.
Juani Peña, que estuvo presente durante su fundación, recuerda los primeros tiempos, cuando se reunían en la Calle Barbieri. "Eramos 7 u 8, como mucho 10", y celebra que ahora haya una red más sólida, con más de 60 asociados y 250 participantes habituales. También celebra que, aunque el nombre de Crismhom naciera hace 20 años bajo el acrónimo de CRIStianas y cristianos de Madrid HOMosexuales, ahora engloba a todo el colectivo LGTBI y también a personas heterosexuales "que nos apoyan y que incluso están dentro del colectivo, porque si algo es Crismhom, es inclusivo", recalca. Crismhom es ahora una comunidad LGTBI+ que ofrece acompañamiento, espacios de formación, celebraciones y oración, pero también contención emocional. Un refugio donde poder decir sin miedo "yo soy creyente" y "yo soy LGTBI+" en la misma frase.
"¿Por qué tú sí y yo no?"
"Yo no quiero una pastoral paralela", dice Juani, con su tono claro y reflexivo. “Quiero ser un miembro más de la comunidad creyente. No quiero que mi matrimonio se llame de otra manera. Si la palabra es 'matrimonio' para una persona heterosexual, que lo sea para mí también. Y el resto de sacramentos exactamente igual".
La doctrina oficial de la Iglesia católica sigue describiendo los actos homosexuales como "intrínsecamente desordenados" y la homosexualidad como "una inclinación objetivamente desordenada". Están en el Catecismo, en los artículos 2357 y 2358. Pero en Crismhom estos textos se leen con mirada crítica y se responden con el Evangelio en la mano. "Jesús no vino a fundar una institución de control", explica Juani. "Vino a decir: 'Amaos los unos a los otros como yo os he amado'. Y todo lo demás, son inventos".
En ese marco de históricas tensiones entre la doctrina oficial y la fe de a pie, el papa Francisco sorprendió al mundo en 2013 con una frase que aún resuena más de una década después. Fue durante su viaje de regreso de las Jornadas Mundiales de la Juventud en Río de Janeiro, cuando un periodista le preguntó por los homosexuales católicos. Su respuesta “¿Quién soy yo para juzgar?”, dio la vuelta al mundo. Para Kike, ese gesto tuvo mucho valor: “Si él, como la suprema autoridad terrenal en la Iglesia, no es quién para juzgar, ¿quiénes somos cualquiera de los demás?”.
Pero ni esa célebre frase, ni su posterior "bendición" a los matrimonios homosexuales, han sido una grieta suficientemente grande en los muros de las estructuras eclesiásticas. Niurka Gibaja Yábar, teóloga y activista LGTBI, lo explica con contundencia: "No puedes decir que me amas y luego cerrarme la puerta". Se refiere a la puerta que la Iglesia le cierra por ser una mujer trans, pero también a la que le han cerrado varias veces cuando se ha presentado al puesto de profesora de religión en varios colegios. "Les encantó mi perfil, mi currículum y mi recorrido, pero cuando les dije que era una mujer trans, cambió lo que pensaban de mí, ¿Por qué? Pues porque les invaden los miedos".
La espiritualidad, para las personas creyentes LGTBI, no es solo una creencia, sino también un sostén, un refugio. Juani confiesa que "si no fuera por la fe, esto sería insostenible", mientras que para Niurka, es su herramienta principal contra la transfobia dentro de la Iglesia: "La fe me ayuda a no creerme esos discursos que utilizan para condenarme o invalidarme a los ojos de Dios. Me niego a pensar que este Dios en el que creo y al que tanto quiero, no me pueda querer como yo soy". Y es justamente esta fe lo que le ha dado la fuerza para "poder mirar a estas personas a los ojos y decirles: ¿Por qué tú sí y por qué yo no? ¿Dónde dice que yo no?".
Y aunque esa pregunta nace de lo personal, en Crismhom se convierte en una causa compartida. Una convicción que no camina sola. A su alrededor, durante años, se han tejido alianzas: colectivos como Mujeres y Teología, La Revuelta de Mujeres en la Iglesia, o comunidades como CVX, Ichthys Sevilla LGBTH y los propios jesuitas, han sumado sus voces. Algunas gritan alto, otras hablan bajito, pero caminan en la misma dirección: no renunciar ni a la espiritualidad ni a la identidad. Como resume Niurka: “Los cambios también tenemos que provocarlos nosotras, alzando la voz, ocupando espacios que nos han sido negados y cuestionando estructuras que no están pensadas para nosotras”.
Abandonar el Opus Dei
Inma Calvo también lleva mucho años reivindicando ese espacio. A los 15 años entró a formar parte del Opus Dei. Ella era una niña rebelde, y sus padres, creyentes, encontraron en un colegio de la zona la solución para calmar esa rebeldía adolescente. Recuerda el momento exacto en que sintió esa conexión con Dios, gracias a la música de un órgano. Y ahí decidió sumergirse en el movimiento católico conservador.
A sus padres no les hizo ninguna gracia, pero ella se sentía feliz, y sobre todo, en paz consigo misma. Siguió acercándose a Dios y alejándose cada vez más de sus amigos y de su familia. Hasta que las cosas no le empezaron a cuadrar. Dentro de sí, sabía que sentía algo especial por las mujeres, pero se había hecho la promesa de la castidad y sabía perfectamente que no iba a fallar a su palabra. Pero se chocó de frente con una norma no escrita: empezaron a prohibirle estar con sus amigas.
"Eso de que me quitaran las amigas cuando yo no estaba haciendo nada… - rememora aún con cierta rabia - Lo deseaba, sí, pero si yo me controlo, ¿tú quién eres para quitarme la amistad, que es un bien cristiano?".
Recuerda con dolor cuando le prohibieron llamar a su mejor amiga para felicitarla por su cumpleaños. Y así, la venda empezó a caerse. "Pensé: 'Aquí no tienen razón y si no tienen razón en esto, a lo mejor no tienen razón en nada'". Cerrar esa puerta le costó 19 años, hasta que ya no pudo más. Decidió marcharse, no porque dejara de creer, sino porque no podía seguir respirando allí dentro.
Hoy está casada con una mujer y juntas han formado una familia con cuatro hijos. Hoy su fe es otra. Más libre, más abierta, más cercana a las primeras comunidades cristianas. "Creo en Jesús como hombre, en su experiencia, en sus enseñanzas, pero sin divinizarlo. Como el ser humano valioso que era".
Su padre, también creyente, fundó la web Fe Adulta, un espacio para repensar la fe desde lugares no institucionalizados, pero sobre todo, no censurados. Durante mucho tiempo, cuando Inma aún estaba en el Opus, aquella página le parecía demasiado radical. Pero en su proceso de transformación personal, esa mirada empezó a tener sentido.
"Cuando yo empecé a plantearme que el amor homosexual no era tan pecaminoso, me dije: 'pues igual voy a necesitar yo esta página'", recuerda ahora con sorna. Pero el destino tenía otro camino pensado para ella. "Después de tantos años en desacuerdo con mi padre y con su página web, cuando empecé a estar preparada, a mi padre le dio un infarto y falleció", cuenta, sin poder evitar emocionarse. "Así que cogí la página y la hice mía. Me di cuenta de lo necesaria que era". Desde entonces, junto a otros colaboradores, publica semanalmente nuevos textos. Es su forma de sostener el legado familiar y su compromiso con una espiritualidad inclusiva.
Orgullo pero no prejuicio
Madrid arde en colores durante la semana del Orgullo. Mientras la ciudad, vestida en multicolor, vibra entre música, pancartas y confeti, en el interior de una iglesia evangélica del centro, un grupo de personas se prepara para la oración. Como cada jueves, a las 20:30 horas.
El espacio es sobrio: sin imágenes, sin velas, sin adornos. Al fondo, bajo una pequeña cúpula de estilo mozárabe, una Biblia abierta descansa sobre la bandera del arcoiris, presidiendo la sala con la misma naturalidad con la que lo haría un altar. Kike y Mónica se afanan en colocar una pancarta donde puede leerse: "CRISMHOM. Comunidad Cristiana LGTBI + H".
María Teresa Benito, que acude a la oración desde Torrelodones, afina su guitarra y repasa la canción que cerrará el encuentro. Ella es una de esas "H". "Soy cristiana, católica y hetero", me dice cuando le pido que se presente. "Y estoy aquí como una forma de expresar que no solo no los rechazo, sino todo lo contrario. Sus reivindicaciones no contradicen en absoluto el mensaje de Jesús".
La oración va a comenzar. Los bancos se colocan en círculo, para que todos puedan mirarse. Alguien reparte discretamente una hoja con los textos que se leerán. Suena una canción, que algunos cantan tímidamente. Una lectura del Evangelio de Mateo. Un texto de la teóloga Margarita Saldaña. Después, tiempo para reflexionar. Silencio, solo roto por los ventiladores que zumban contra el espeso calor de julio. Y en esta intimidad, una fe palpable, serena, en conexión directa con un Dios al que muchos, durante años, sintieron que debían renunciar.
Kike, que ahora vive en Canarias y está casado, ha viajado a Madrid para esta doble cita. Para festejar el Orgullo en Madrid, y para volver a abrazar esta comunidad que le salvó cuando creía que no tenía espacio. Porque para muchos, como Kike, el conflicto no es solo espiritual. Es también político y social. "Sufrimos un doble armario”, dice. “Uno dentro del colectivo, por ser creyente; otro dentro de la Iglesia, por ser LGTBI+".
Víctor, que prefiere no decir su apellido, sonríe con pudor. Su historia va en sentido inverso a la de la mayoría de personas que se acercan a Crismhom. Se declaró ateo durante años, hasta que un día redescubrió la fe. "Fue una salida del armario, pero al revés", explica. Ya tenía asumida su orientación sexual, y entonces llegó la espiritualidad a remover todo lo demás. Y con ella, las dudas sobre esta compatibilidad. "Pensaba que la Iglesia es solo una, monolítica y rígida, pero al conocer Crismhom me he dado cuenta que es tan diversa como las personas que la componen".
A su lado, Carlos Vargas lo resume de forma clara: "Crismhom es el nexo entre dos mundos que parecen incompatibles, pero que no lo son. Podemos sentir, pensar, amar y creer de muchas formas. Eso es lo natural".
La oración termina con un silencio largo, compartido. Mientras recogen, aparece Niurka por sorpresa, repartiendo besos y abrazos como quien reparte luz. Alguien le pregunta por su viaje a Budapest. Aquí nadie es invisible.
Algunos se marchan a celebrar la noche del Orgullo. Otros se quedan charlando, cerrando la sala con calma. Pero todos con una misma convicción: no hay contradicción entre ser quien se es y creer en lo que se cree.
REPORTAJES QUE TE PUEDEN INTERESAR:
Si quieres contactar con 20minutos, realizar alguna denuncia o tienes alguna historia que quieres que contemos, escribe a pablo.rodero@20minutos.es. También puedes suscribirte a las newsletters de 20minutos para recibir cada día las noticias más destacadas o la edición impresa.