La hora de los poetas
Siempre se puede llegar a nada, aunque un poco recordado escritor español lo negara. Para eso están los poetas, para inundar las bodegas vacías y templar...

Siempre se puede llegar a nada, aunque un poco recordado escritor español lo negara. Para eso están los poetas, para inundar las bodegas vacías y templar la calma. Juntos, mi amigo y compañero de clase Jordi Torrent, futuro cineasta neoyorkino, y yo, nos asombrábamos mucho con aquel verso prosaico de Rimbaud: «C’est la vrai marche. En avant, route!» Está en las Iluminaciones, como casi todo, y probablemente no exista mejor consigna para el mes de agosto. También, y mucho, Jorge Guillén, prontas las conmemoraciones del 27, un centenario que pasará desapercibido si no ponemos remedio: «Cada vez que oigo la palabra patria tiemblo porque detrás viene siempre la sangre». Seguro que esta cita no es literal, pero casi, porque su sentido sí que lo es.
Después Machado lloró mucho por Federico y él mismo murió donde lo colocaron los tiempos y las desgracias. Esa es la hora de los poetas, la de las penas, por eso estamos más que nunca en ella. Y aunque mucho después Leopoldo Mª Panero se pusiera a lamentarse de sí mismo, sobre sí mismo y para sí mismo, durante casi toda su existencia, él sí que escribió los versos más tristes esa noche y de madrugada; y el amigo de su padre, Pablo Neruda, lo hubiera lamentado mucho porque no soportaba el éxito ajeno, según se ha escrito.
Así, León Felipe le salvó la vida ante unos milicianos anarquistas que lo querían matar por burgués y por desconocido, en plena guerra incivil de España. También se escribe y se cuenta en sus propias memorias.
Es la hora de los poetas aunque nunca lo parezca. Juan Ramón ‘torturó’ a Zenobia Camprubí, nacida en Malgrat de Mar, el auténtico principio de la Costa Brava. Pero ella sonrió poco antes de morir cuando vio su obra culminada: le habían concedido el Premio Nobel de Literatura a su chico. Siempre puede haber buenas noticias.