Franco sin televisión

Los aniversarios redondos siempre dan mucho de sí en las conversaciones de barra y para los periodistas con temas para recordar y comentar. Estamos como quien dice a un mes vista de la muerte de Franco, quizás el acontecimiento más importante para todos los nacidos en la posguerra. Y la ya gente ha empezado a preguntar cosas así, "Y tú, ¿dónde estabas ese día?".
Pues sí, no creo que haya que estirar mucho la memoria para recordar. Yo lo recuerdo en viaje a Islandia para hacer un reportaje sobre la llamada Guerra del Bacalao, aquel rifirrafe naval entre el Reino Unido e Islandia en la disputa por la pesca del bacalao, el producto estrella de aquellas costas. En Reikiavik estaba nevado, cuando llegamos como era lógico en el mes de noviembre.
Recopilar información con imágenes de embarcaciones bélicas en las que me mareaba cada vez que las veía, era relativamente fácil. Los islandeses son amables y la libertad para peguntar y recoger detalles estupenda. Sólo había dos problemas, entenderse en islandés y pasar las horas a oscuras y sin tener donde poder refugiarse de las prohibiciones de la ley seca. Pero para el equipo de TVE también abrumaba saber que estaría pasando en España.
La gente no estaba ni informada ni preocupada con la excepción de un exportador de bacalao angustiado viendo con España previsiblemente sumida en el caos y Portugal en plena Revolución de los Claveles, los dos mayores importadores con los que trabajaba, amenazaban con dejarlo en el paro. A los cuatro reporteros españoles nos preocupaba, claro, que estaría pasando en Madrid.
Los dos primeros días veíamos en el hotel la televisión y, aunque no entendíamos nada de la narración, podíamos contemplar las colas interminables que esperaban por las calles para acercarse al palacio de Oriente a despedir al dictador difunto. Algunas veces se nos escapaban comentarios como, "es increíble, Tantos años deseando liberarnos y ahora resulta que todos se apuntan llorosos a despedirlo".
Así pasamos las horas esperando a los informativos de la noche que ofrecían minuto y medio de las imágenes que nos interesaban. El problema fue el miércoles; sintonizamos el televisor y, nada, la pantalla en negro. Los técnicos del equipo movían sin éxitos los mandos mientras yo llamé quejoso a la recepción. La respuesta inesperada fue escueta. "No , es que hoy es miércoles, no hay televisión". "¿Cómo es que no hay televisión?", pregunté sorprendido.
"Es que los miércoles no funciona, es día de descanso". "¿Pero descanso para quien, para los trabajadores?". "No" – fue la respuesta concluyente , es el día de descanso para los telespectadores. Hoy es su día libre". Bueno, pensé, quizás, no sea mal ejemplo dejar a los ciudadanos sin esa devoción. Cuando regresamos a Madrid el cadáver del Caudillo ya reposaba en su panteón de Cuelgamuros. Éramos los únicos españoles que no estábamos informados.