Mujeres que matan por dinero: las cinco asesinas españolas más despiadadas y calculadoras
Mujeres que matan por dinero: las cinco asesinas españolas más despiadadas y calculadoras
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Las mujeres no matan como los hombres. Por razones histórico-culturales, la bibliografía al respecto sigue siendo escasa, pero se estima que las principales motivaciones que mueven a las asesinas radican en el dinero o la venganza. Se cumplen seis años del crimen de la cabeza, el suceso que conmocionó Cantabria en 2018. Vamos a descubrir a las más frías asesinas por dinero.
El crimen de la cabeza
El 29 de septiembre de 2019 un extraño suceso sacudió la tranquilidad de Castro Urdiales, Cantabria. Una mujer aseguraba haber encontrado una cabeza amputada en su domicilio. Una amiga le pidió que le guardase una bolsa meses atrás. No podía imaginar que en su interior habría restos humanos. Todo ocurrió en febrero de 2019.
Jesús Mari Baranda se había ido de viaje. Al menos, eso constaba de los mensajes que presuntamente enviaba a familiares y amigos, y también a su entonces pareja, Carmen Merino. La última vez que lo vieron fue a mediados de febrero. En abril, su primo interpuso una denuncia por desaparición.
Pronto descubrirían que la geolocalización del móvil de Jesús Mari lo situaba en Castro Urdiales. No se había movido de ahí. En la inspección de la vivienda del matrimonio, los agentes se toparon con una copia del testamento de la víctima, una bolsa con dinero, dos escopetas y restos de sangre en un cojín. De las huellas no pudieron extraer conclusiones, pero sí de los dispositivos electrónicos.
Alguien había eliminado el sistema operativo de un ordenador. Intentaban borrar indicios. Pero se recuperó algo de información: búsquedas en Internet sobre cómo cobrar la pensión tras el fallecimiento del marido o cuánto tiempo tarda en descomponerse un cuerpo. También constaba la compra de una motosierra eléctrica, martillo y otros utensilios.
Carmen había contratado un servicio de limpieza. Fue el propio personal quien acudiría a comisaría a contarlo. La persona encargada se había enterado del suceso y explicó a los agentes que, al limpiar, se topó con muchas bolsas de basura. El testamento, además, había sido modificado recientemente. Carmen constaba como beneficiaria de la herencia.
Ella negó en todo momento ser la asesina. También desmintió haber realizado esas búsquedas y compras. Pero todas las sospechas cayeron en ella. Aunque, dada la corpulencia del marido, parecía difícil que hubiese actuado sola. ¿Quién pudo ayudarla?
El juicio comenzó el 7 de noviembre de 2022. El jurado popular no tenía claro si había sido autora o encubridora. El hijo de la pareja tenía problemas económicos y se pensó que pudo haber estado implicado. Pero la propia Carmen pidió que su hijo no declarase en el juicio. No quiso involucrarlo. Finalmente, fue condenada a 15 años por homicidio. El hijo quedó en libertad.
La asesina del bidón
El 13 de mayo de 2016 unos bañistas encontraron, en las costas de Gran Canaria, un cuerpo flotando en el mar, junto a un bidón. Era Daniel, un joven que llevaba varios días desaparecido. No había muerto en el agua. Lo habían matado en tierra.
La noticia corrió como la pólvora y un vecino de la localidad se presentó en comisaría. Explicó que unos días antes, una vecina, Verónica, le había pedido prestada una carretilla para mover un perro muerto en un bidón. Le extrañó que se la devolviera, porque, como ella le dijo, el perro pesaba demasiado.
La carretilla no era para Verónica, sino para su amiga Sira Quevedo. O María. Una policía. O azafata. Depende, porque su identidad oscilaba en función de a quien se le preguntara. Los agentes no tardaron demasiado en descubrir que esa mujer era una estafadora. Se había inventado un embarazo de gemelos, a su hijo mayor lo hacía pasar por su sobrino, y había vendido a escondidas el coche de la víctima.
Sira era pareja de Daniel. Su familia había notado comportamientos extraños en ella. No quería salir en las fotos, su biografía se contradecía, contaba mentiras. En su domicilio encontraron restos de sangre. Y las marcas de un bidón. En el transcurso de la investigación, ella huyó hasta Avilés. La Guardia Civil fue tras ella. Llevaba una doble vida. Estaba intentando estafar a otra pareja allí.
En el juicio dijo que Daniel había agredido a su hijo pequeño y que trató de salvarlo, golpeándolo. Cambió de versión múltiples veces, pero la realidad es que fue capaz de matar a su novio por una mísera estafa de un vehículo. Vendió el coche de Daniel a sus espaldas, discutieron, le asesinó y se quedó con el dinero. Fue condenada a 28 años.
Angie y su pasado oscuro
No siempre las asesinas matan a sus parejas por dinero. También son capaces de matar a amigas. El 20 de febrero de 2008 una empleada de limpieza se topó con el cadáver desnudo de una mujer en un piso turístico de Barcelona. Tenía una bolsa de plástico en la cabeza. Había sido asfixiada, sin embargo, no había signos de defensa. Faltaban todas sus pertenencias, salvo unas botas y una peluca negra, depositadas cerca de la cama.
En la inspección ocular, los agentes encontraron restos de semen en distintas partes del cuerpo. Podía parecer un juego sexual con final fatal. Pero algo no cuadraba. La escena había sido amañada. La víctima era Ana Páez. Su pareja le dijo a la policía que la noche de la desaparición había quedado a cenar con una amiga, Angie. Una mujer de perfil convulso.
Angie trató de eludir las sospechas alegando que no cenó ese día con Ana. Como coartada presentó el recibo de un viaje a Zaragoza. Pero las pruebas contra ella fueron más sólidas. Angie era la jefa de Ana, se habían conocido en el trabajo. Vestía ropa muy cara, acudía a la empresa en coches de lujo. Su marido, un importante empresario canario, había fallecido tiempo atrás.
Los dueños del apartamento turístico reconocieron a Angie como la persona que lo había alquilado. Pero lo sorprendente fue que lo hizo con el nombre de Ana. Y no solo eso. Angie aparecía en las cámaras de seguridad de la ciudad vestida con peluca, haciéndose pasar por Ana, para tramitar una retahíla de préstamos y seguros de vida. Tenía sus datos porque había sido su jefa: le había suplantado la identidad. Para seguir con la estafa, decidió matarla. El semen encontrado en la víctima lo había conseguido de dos gigolós.
Tras cuatro años de prisión preventiva, en febrero de 2012 fue sentenciada a 22 años de prisión. Había acumulado una veintena de préstamos a nombre de su víctima. Pero la duda siguió su rastro hasta el difunto marido. Al morir, ella heredó una gran cantidad de dinero. ¿Murió o le mató? El caso de su marido, a raíz del de Ana, se reabrió. Pero no hubo pruebas suficientes. Aunque la duda permanece.
La viuda de Ciudad Lineal
Esther Cortés encontró el cadáver de su hermano Francisco el 8 de marzo de 2018 en su domicilio. Un cerrajero la ayudó a acceder a la casa. Llevaba días sin saber de él. La casa estaba sucia, desordenada, unos guantes de latex asomaban en una esquina. En el baño, toallas ensangrentadas, y su cuerpo con manos y pies atados, amordazado. Llevaba días muerto.
Lo primero que pensaron fue un ajuste de cuentas o un robo, pero el autor se molestó en cerrar la puerta con llaves al salir. El criminal podría tener una copia. Dos mujeres en el punto de mira: su novia Verónica y su amiga Pupita. Amabas de biografías torcidas, de trapicheos, drogas y problemas económicos, al igual que Francisco, que comenzó a traficar.
“Cómo molas, eres una viuda negra, incluso muerta seguirías matando”. Esa conversación entre la novia de la víctima y un amigo suyo la delató. Pero faltaban pruebas, aunque no tardaron en salir. Su huella en el telefonillo, la localización del móvil, las contradicciones. Una vecina testificó que la noche del crimen los oyó gritar. Varios golpes y, después, el silencio.
La pandemia paralizó el procedimiento judicial hasta el 20 noviembre 2022. En los calabozos, Verónica se derrumbó. Confesó el crimen, pero no lo dejó por escrito. Se retractó y se presentó ante el tribunal con aspecto cambiado y presumiendo de inocencia. Le cayeron 20 años de prisión. Quería hacerse con los bienes de Francisco. Intentó robárselo todo.
La viuda negra de Patraix
No todas las criminales se ensucian las manos. Este es el caso de Maje, la instigadora del crimen de su marido, de quien pretendía recibir pólizas y seguros. Ella no le mató, al menos, de manera directa. Pero actualmente cumple 22 años de prisión, cinco más que el autor material. ¿Por qué le cayeron a ella más años de condena que al propio asesino?
Maje conoció a Salva en el hospital donde ambos trabajaban. Llevaban tiempo tonteando. Ella le contó que su marido Antonio era un maltratador, y él se lo creyó. Como también creyó que se amaban. Lo que jamás se hubiera imaginado es que ese presunto amor verdadero escondía un desfile de amantes a quienes también trataba de engatusar. Maje buscaba persuadir a los hombres para que asesinaran a su pareja.
Utilizó su encanto, como toda mujer fatal, hasta dar con el más manipulable: Salva, un tipo tranquilo que nunca le había hecho daño a nadie. Pero las mentiras de Maje fueron tejiendo en él miedo por su vida y odio por el presunto agresor. Hasta que lo mató, en un garaje en Patraix, en la Comunidad Valenciana, el 16 de agosto de 2017. Ella se lo había pedido.
Salva fue a la cárcel, confesó el crimen y exculpó a Maje. Ella se creyó libre, pero después de ningunear a Salva en prisión, él decidió contar toda la verdad. Pudo demostrar que Maje lo había vilmente manipulado, que llevaba vidas dobles, que era una asesina. En noviembre de 2020 Maje fue condenada como autora de un delito de asesinato, con alevosía y circunstancia agravante de parentesco, a 22 años. Salva, por asesinato y atenuante de colaboración, a 17 años. A él lo manipuló. Al jurado, no.