Todo es

La nada puede ser más densa que un discurso completo.

Todo es

Todo es política, menos la política, que muchas veces es teatro. Aristóteles dijo que el ser humano es un animal político, y Thomas Mann lo confirmó en La montaña mágica. Pero basta con asomarse a cualquier plató, hemiciclo o red social para comprobar que lo que parece política se resume en espectáculo, con trajes, eslóganes y una extraña vocación por las tablas.

Todo es sexo, menos el sexo, que es poder. Las miradas, los filtros, los gestos estudiados. La corriente de la aceptación corporal se ha desleído como azucarillo en té ante las medicaciones que provocan un adelgazamiento súbito. Y cuando se consuma lo que se buscaba, no era deseo, sino afirmación: se conquista para controlar, se seduce como forma de autoridad.

Todo es aprendizaje, menos la escuela, que no puede abarcar todas las enseñanzas vitales. Aprendemos más del fracaso que de los temarios, más en una ruptura que en una lección magistral. La vida enseña sin avisos, sin horarios y sin evaluaciones. En este eterno mes de mayo de 2025 ya hemos aprobado –o suspendido– alguna materia fundamental.

Todo es universal, menos lo que presumimos que lo es. Lo que para unos es respeto, para otros es frialdad. Nuestra pasión es un escándalo para otros. Año tras año nuestras canciones preferidas no gustan. Nada es tan compartido como creemos, y todo es más relativo de lo que nos gusta aceptar.

Todo es nada, menos la nada, que a veces lo es todo. El silencio cuando alguien se va. La pantalla que se va a negro para tapar una vergüenza histórica. La ausencia que ocupa toda la habitación. La falta de una respuesta, de un gesto, de una palabra. La nada puede ser más densa que un discurso completo, más afilada que un reproche.

Después de nada, o después de todo, como escribió José Hierro, supe que todo no era más que nada. Y en ese juego de espejos nos buscamos, con la esperanza de que algo, aunque sea por un momento, signifique realmente algo.