Indisciplina en las aulas

Indisciplina en las aulas

Un profesor de instituto comentaba este verano lo difícil que resulta poner orden en un aula. Se lamentaba de que a veces perdía 10 y hasta 15 minutos en empezar la clase pidiendo silencio a sus alumnos. No es un docente novato quien lo contaba, sino un maestro experimentado con décadas de ejercicio profesional. Pensé entonces que exageraba, harto quizás de las impertinencias adolescentes, pero la pasada semana un informe de la OCDE vino a confirmar hasta qué punto le asiste la razón.

El trabajo de ese organismo internacional acredita que la disciplina es un serio problema en la aulas españolas y que el nuestro es el tercer país del mundo, solo por detrás de Bélgica y Portugal, donde el «ruido» hace perder más tiempo en clase. Ese informe cifra en casi un tercio los profesores de Secundaria que perciben un ambiente ruidoso y desordenado en las aulas, una proporción que baja a la cuarta parte en el caso de los maestros de Primaria , lo que indica que el problema se agrava cuando los alumnos se van haciendo mayores.

Esta situación genera un alto nivel de estrés en la mitad de profesorado que, además de repercutir en la calidad de la enseñanza, hace que algunos se replanteen permanecer en su puesto de trabajo. A la hora de buscar las causas de esa dificultad para poner orden en clase, el informe de la OCDE pone el foco en la diversidad creciente del alumnado, ya sea por la diferencias a nivel socioeconómico, la inmigración o aquellos estudiantes con necesidades específicas. Esa diversidad obliga a los docentes a dedicar una atención diferente a los alumnos según su perfil académico, dificultades de aprendizaje o diferente contexto lingüístico.

Ello requiere una dedicación y un tiempo del que no siempre disponen y, según los cálculos de CCOO, se necesitarían unos 32.000 profesionales más, sobre todo especialista en Pedagogía Terapéutica y Audición y Lenguaje, para atender a ese alumnado con dificultades de aprendizaje. Lo que plantea este sindicato requiere un aumento notable de la inversión en educación especial que solo se ha incrementado un 26% en los últimos siete años cuando el alumnado que demanda algún tipo de apoyo ha crecido mas del 75%.

Con estos datos e informes en la mano volví a llamar a mi amigo el profesor que a todo ello añade algunas consideraciones interesantes fruto de su experiencia personal a pie de aula. Él pone en primer término el respeto que se le ha perdido al profesor y en la necesidad de recuperar una autoridad que ha ido mermando en las últimas décadas en base a una cultura errónea de entender los derechos y libertadas del alumno. Por supuesto que ningún docente puede usar la violencia física con los chavales, pero ponía el ejemplo de las dificultades que los últimos reglamentos imponen a la expulsión de un alumno de clase restringida a casos muy graves que el docente ha de justificar.

Me cuenta también que en los colegios se tiende a juntar a los chicos más complicados en la misma clase, con el consiguiente perjuicio para los alumnos que no lo son y se ven inmersos en un aula conflictiva. Otro aspecto importante a considerar, dice, es el uso intensivo que la chavalería hace de los dispositivos electrónicos al punto de orillar las enseñanzas del profesor.

Leen y escriben poco y algunos llegan al extremo de despreciar cualquier aprendizaje considerando el estudio como un esfuerzo inútil, ya que las pantallas y la IA ya les proporcionan lo que necesitan saber. No solo es la indisciplina, autoridades, padres y profesores tienen mucho que corregir en materia de educación.