Así es como el 'sharenting' deja marca: "Publicamos desde el cariño, pero estamos creando la huella digital de nuestros hijos"

Así es como el 'sharenting' deja marca: "Publicamos desde el cariño, pero estamos creando la huella digital de nuestros hijos"

La exposición de menores en redes sociales por parte de sus padres, conocido como sharenting, ha pasado de ser un gesto cotidiano a convertirse en un asunto de Estado. El Ministerio de Juventud e Infancia puso en marcha la semana pasada la consulta pública del proyecto de ley que busca regular esta práctica y, hasta el 12 de noviembre, cualquier ciudadano podrá enviar aportaciones. La titular de la cartera, Sira Rego, ha avanzado que la norma pondrá el foco en la responsabilidad de las plataformas digitales y partirá de la idea de que la infancia debe ser considerada como "sujeto de derecho", con especial atención a la privacidad. Una ley "necesaria y urgente", coinciden los expertos.

No es difícil entender por qué. El 89% de los padres españoles publica imágenes de sus hijos en redes al menos una vez al mes, según un informe de EU Kids Online. Una práctica que, según Jose Pedro Espada, portavoz de la Sociedad Española de Psicología Clínica Infanto-Juvenil, se enmarca en la "nueva cultura digital de la autoexposición", donde los hijos pueden convertirse en extensión de la identidad digital de los adultos. Muchos padres lo hacen para mostrar orgullo o afecto, pero también entran en juego "mecanismos de refuerzo social": "los likes, comentarios y aprobación pública"

"Publicamos desde el cariño, pero sin pensar que estamos construyendo la huella digital de nuestros hijos, una identidad online que va a acompañarles toda su vida", expone Claudia Caso, directora de la Fundación SOL. Cada imagen, recuerda, puede ser reutilizada, copiada y manipulada con inteligencia artificial (IA), con consecuencias que alcanzan la autoestima, la privacidad o incluso el futuro académico y laboral del menor.

Una regulación en marcha

El proyecto del Ministerio de Juventud busca proteger a la infancia y la adolescencia frente a la difusión de imágenes e información personal en plataformas digitales, así como garantizar el respeto a sus derechos. La norma pretende fijar límites claros tanto si el contenido se difunde con fines económicos como si no, e implicar a las plataformas en la protección de los menores. También plantea que los padres reciban formación para comprender mejor cuáles son los derechos y libertades de sus hijos en el entorno digital. Para Rego, regular no es una opción, sino "una obligación".

Más aún cuando comienzan a aparecer jóvenes que denuncian la publicación de imágenes suyas en redes cuando eran niños, al considerar que vulneran su derecho a la intimidad. De hecho, el 42% de los menores asegura sentir vergüenza por lo que sus padres publican sobre ellos, según el Comité de personas expertas para el desarrollo de un entorno digital seguro para la juventud y la infancia. Asimismo, una encuesta de la firma de seguridad informática AVG, realizada en diez países -entre ellos España-, muestra el 81% de los niños aparece en internet antes de cumplir seis meses y casi una cuarta parte incluso antes de nacer, por las fotos de ecografías que publican sus padres.

"El menor requiere protección y es sujeto de derechos, por lo que su interés superior debe prevalecer sobre la libertad de expresión de los adultos", manifiesta el profesor de Psicología. La futura norma, dice, debería ser también "formativa y preventiva": reconocer el derecho del menor a la privacidad, establecer límites a la publicación de contenido identificable, permitir la rectificación o eliminación de imágenes cuando el joven quiera revocar su consentimiento y promover campañas educativas para padres sobre alfabetización digital y responsabilidad afectiva en redes.

En todo caso, la directora de la Fundación Sol asegura que no basta con apelar a la buena voluntad. "Hay prácticas que deben estar claramente prohibidas, como publicar imágenes de menores en situaciones de vulnerabilidad o que vulneren su intimidad", sostiene. Caso propone también límites a la "explotación económica o mediática" y medidas técnicas que impidan la descarga o difusión no autorizada de imágenes de menores. "Es clave que las plataformas tengan privacidad por defecto y desde el diseño, ofrecer herramientas sencillas para denunciar y retirar contenidos", añade.

Cuando la exposición se vuelve un riesgo

Aunque parezca inofensivo, compartir fotos de los hijos tiene un impacto mucho más amplio del que se percibe. Para Espada, las amenazas se concentran, en primer lugar, en la privacidad y seguridad, y en segundo lugar, en los riesgos psicológicos, sobre todo cuando el menor empieza a ser consciente de su presencia pública sin haberla consentido.

"Hoy el riesgo se multiplica por la IA generativa, gracias a la cual cualquier imagen puede manipularse, sacarse de contexto, transformarse en memes humillantes o usarse para ciberbullying entre iguales", añade Caso, al reiterar que cada foto o vídeo puede revelar información sobre su entorno, sus rutinas o su ubicación. Y aunque muchos adultos creen que mantener el perfil privado basta para proteger a sus hijos, no siempre es así, ya que las imágenes pueden circular por conocidos o familiares.

A ello se suma la lógica de los algoritmos. "Cuando un contenido infantil se viraliza, el niño pierde control sobre su representación social", avisa Espada, quien advierte de que esto puede causar humillación, ansiedad social, retraimiento o desconfianza interpersonal. Y durante la adolescencia, cuando la aprobación del grupo es tan decisiva, esa exposición puede resultar devastadora con burlas o memes. "Incluso sin intención, una foto doméstica puede acabar en chats de clase o foros donde se ridiculiza al menor", insiste Caso.

Si bien aún es pronto para conocer el alcance del fenómeno, los expertos coinciden en que el sharenting interfiere en la construcción de la identidad. La adolescencia es una etapa sensible, en la que el control sobre la autoimagen y la narrativa personal es importante. "Es posible que si el menor percibe que su imagen ha sido gestionada por otros sin su aprobación, experimente vergüenza o rechazo hacia su entorno familiar", indica Espada. "Además, la reiteración de publicaciones puede generar una interiorización del valor de la apariencia como fuente de reconocimiento, afectando a la autoestima y a la regulación emocional".

Pero los riesgos no son solo emocionales. El estudio Exposición de menores en Instagram: instamadres, presencia de marcas y vacío legal revela que las publicaciones con niños reciben un 41% más de likes que las que no los incluyen. Esa popularidad, advierte la Policía Nacional, puede tener un lado oscuro: el 72% del material incautado a pedófilos proviene de imágenes cotidianas no sexualizadas de menores obtenidas de redes sociales.

Aprender a escuchar a los pequeños

La ley española establece los 14 años como la edad mínima para que un menor pueda consentir por sí mismo el tratamiento de sus datos en entornos digitales. Pero, como recuerda Caso, eso no implica que antes no deban ser escuchados. "A partir de los seis o siete años muchos niños ya expresan con claridad si se sienten cómodos o no apareciendo en fotos públicas. Respetar su 'no quiero que lo subas' es parte del aprendizaje en privacidad y autonomía", explica.

Desde el punto de vista psicológico, añade Espada, no existe una edad exacta a partir de la cual un menor pueda gestionar plenamente su identidad digital, sino que se trata de un proceso gradual ligado a la madurez. "Alrededor de los 12 o 13 años, los adolescentes comienzan a desarrollar una conciencia plena de su identidad digital y de las consecuencias sociales de su exposición", señala. No obstante, insiste en que conviene fomentar la autonomía digital desde etapas tempranas, ayudando a los niños a comprender el impacto de su presencia en internet.

Recomendaciones

El sharenting no es necesariamente dañino, pero sí exige prudencia. Los expertos coinciden en que pensar antes de publicar es el primer paso para reducir riesgos. "Conviene preguntarse si esa imagen aporta algo o si, por el contrario, puede exponer al menor", aconseja Caso. También se recomienda evitar compartir fotografías en las que aparezcan otros niños, situaciones íntimas (como las rabietas o momentos del baño) y no incluir datos que puedan servir de pista —como uniformes escolares, ubicaciones, rutinas o información sobre actividades extraescolares—.

Espada coincide en que la protección empieza por la prevención. Sugiere configurar la privacidad de las cuentas para limitar el acceso solo a personas cercanas y seleccionar de forma cuidadosa el tipo de contenido, evitando imágenes que puedan resultar embarazosas o demasiado íntimas. Además, considera clave solicitar el "consentimiento del niño de manera progresiva", adaptándolo a su edad y madurez, para que aprenda a ejercer control sobre su propia imagen.

De igual modo, tanto Caso como Espada insisten en la educación digital como herramienta de protección y enseñar al menor sobre los límites, la privacidad y el respeto en redes sociales. "En resumen, se trata de equilibrar el deseo de compartir momentos con la responsabilidad ética y emocional hacia el bienestar presente y futuro del niño", mantiene el psicólogo.

"Y muy importante: pedir a familiares y amigos que no compartan fotos de los menores sin permiso", puntualiza la directora de la Fundación SOL, pues la responsabilidad también se extiende al entorno más próximo. "Una vez que se sube una imagen, ya no se controla su destino. No hay sharenting totalmente seguro", concluye.