Décimo piso

Décimo piso

El viernes, los dos niños fueron a la tienda a comprar chuches. Estaban muy contentos porque era su cumple. Es de suponer que les acompañaba su madre porque los dos gemelos, Iker y Daniel, cumplían tres años. Al día siguiente, a las nueve de la mañana, la madre se asomó al balcón de su casa, un décimo piso en un barrio elegante de Madrid. Llevaba a los dos niños en brazos. Se tiró al vacío. Ella murió al instante. Los críos, cuando escribo esto, siguen vivos, pero en estado crítico.

No consigo quitarme ese salto de la cabeza. La noticia ya está desapareciendo de los medios, como todo lo que no nos gusta, así que no hay forma de saber qué pasó. Y esa es la pregunta fundamental: qué le pasó a esa mujer por la mente para tirarse por el balcón y llevarse consigo a sus hijos. Qué le ocurría.

Cada hipótesis que se me ocurre es más espeluznante y pone las cosas peor. Los periodistas fueron hasta allí e hicieron lo que se hace siempre en estos casos: preguntar a los vecinos. Pero ya se sabe cómo son los vecinos: muchos de ellos, a cambio de un minuto de fama, son hábiles para decir lo que creen que el periodista quiere oír, y así empieza el rosario de truculencias. Que esa mujer no hablaba con nadie (yo tampoco suelo hacerlo). Que se había divorciado (yo también). Que gritó desde el balcón que se iba a tirar, como si a las nueve de la mañana de un sábado, en un barrio como ese, alguien pudiese oír lo que se dice desde un décimo piso. Que se sentía perseguida. Que decía que la espiaban, algo muy común en la enorme cantidad de gente que se dedica a ver bobadas en las redes sociales. En resumen: que estaba loca. Ese es el diagnóstico de los vecinos.

Qué es estar loco, me pregunto muchas veces. Y no lo sé. Durante siglos hemos llamado locos, raros, brujas, herejes... a los que no piensan como nosotros, a los diferentes, a quienes queremos excluir del grupo mayoritario al que pertenecemos. Tirarte por la ventana con tus hijos en brazos ¿quiere decir que estás loca?

No. O no siempre. Quiere decir que tienes miedo. Un miedo insoportable a la soledad, al desamparo, a quienes te miran por la calle sin decir nada; y, un día u otro, a las sombras que hacen ruido por la casa y que se esconden quizá en el baño, quizá en la cocina, y susurran, esperándote. Un miedo terrible a lo que no ves, a lo que no conoces; tan terrible que convierte la muerte en una salvación porque la vida que vives es peor y, encerrado en tu cabeza, no tienes ya esperanza. Y eso incluye también a tus hijos. Los límites entre la soledad y la depresión son muy débiles. Los límites entre la depresión y el suicidio pueden serlo todavía más.

Sé que llevaron a los niños a dos hospitales distintos. Quienes lo hicieron sabrán por qué, pero les quitaron la posibilidad de estar juntos, que es casi lo único que les quedaba. Yo no puedo dejar de pensar en ellos.

Pero, como decía, la noticia ya casi ha desaparecido de los medios. Ha ocupado (más o menos) nuestra atención durante apenas un par de días. Si no es suficiente, por lo menos es lo corriente en estos casos. Así que tranquilicémonos y sigamos ocupándonos de las cosas verdaderamente importantes, como discutir sobre Eurovisión. A estas horas no logro saber nada sobre cómo se encuentran los niños.