La siesta, de cuchara u orinal

La siesta, de cuchara u orinal

Fueron los romanos. Si el chovinismo patrio conduce a alguien a imaginar que la siesta es un invento español se equivoca. Puede que en España nos hayamos recreado en su práctica con especial entusiasmo e intensidad, es posible incluso que lo hayamos perfeccionado y hasta sofisticado como nadie en el mundo, pero fueron los romanos quienes dieron carta de naturaleza a ese preciado y reparador periodo de descanso. Roma fue también quien le puso el nombre.

La palabra siesta procede del latín sexta, refiriéndose a la hora sexta que correspondía al mediodía, momento más intenso de calor y en consecuencia el apropiado para hacer una pausa de descanso. Además del calor, que invita al sesteo principalmente en verano, está la modorra que se produce después de comer cuando el flujo sanguíneo intensifica su acción en el estómago para hacer la digestión y eso, que nos sucede al común de los mortales del siglo XXI, le pasaba igual a Julio César y probablemente a los neandertales.

Lo que sí es diferente es el concepto y el uso que cada cuál hace de la siesta que va desde el breve cabezazo, cuando el sopor aprieta tras la comida, hasta lo que Camilo José Cela denominaba la siesta de pijama y orinal. Sobre las distintas variantes e idoneidad de cada una de ellas hay toda suerte de opiniones y estudios algunos de los cuales certifican una considerable influencia de esos hábitos en la salud y longevidad de los sesteantes.

Un reciente y ambicioso trabajo de la Academia Americana de Medicina del Sueño, en el que participaron casi 90.000 individuos, llegó a la sorprendente conclusión de que una siesta demasiado larga se asocia a un mayor riesgo de mortalidad. El estudio situaba el límite de lo saludable en no pasar de los 20 o los 30 minutos para evitar la llamada inercia del sueño, esa sensación de aturdimiento o empanada mental que se produce tras un siestón. Abusar de la cama por la tarde, aparte de levantarte de mal humor, parece ser que anula las propiedades salutíferas que se le atribuyen a un breve sesteo.

El modelo contrario es una siesta tan breve que no permita al sesteante caer en un sueño profundo. Tal metodología tiene su mayor y más popular referente en la figura de Salvador Dalí con su famosa siesta de la cuchara. El genio de Cadaqués cogía una cuchara en una de sus manos y colocaba bajo ella un plato metálico mientras cerraba sus ojos y se relajaba. Justo al iniciar el sueño la mano perdía fuerza y la cuchara caía al plato despertándole con el estrépito.

Al margen de que esos pocos minutos de relajo resultaban suficientes para despejar el sopor de la bajada de sangre al aparato digestivo lo realmente sofisticado era la búsqueda de Dalí del llamado estado hipnagógico, un espacio entre la vigilia y el sueño donde el cerebro escala a los momentos de mayor creatividad. Esta práctica del genio del surrealismo podría parecer una muestra más de su carácter excéntrico, pero lo cierto es que hay investigaciones que avalan la efectividad del método.

Es el caso de la prospección realizada por la Universidad de California, que llegó a concluir que una siesta muy corta puede potenciar en un 40% la capacidad de pensar de manera creativa. Otra Universidad, la de París, en un estudio similar coligió que basta cerrar los ojos unos minutos relajando y reactivando el cerebro para provocar que fluyan ideas novedosas hasta el punto de triplicar la capacidad de resolver problemas complejos en los que estábamos atascados. Entre el pijama y orinal de Cela y la cuchara de Dalí la ciencia se inclina por la siesta corta. Ténganlo en cuenta estas Navidades, que disfruten y descansen.