Las sombras de Madrid

No hay nada igual a una querella. Nada más impagable que una querella permanente. En ella parece que vivimos, al menos en esa almendra que encierra la M-30,...

Las sombras de Madrid

No hay nada igual a una querella. Nada más impagable que una querella permanente. En ella parece que vivimos, al menos en esa almendra que encierra la M-30, o calle 30, madrileña. Que decepción: una ronda de apertura y circunvalación que se convirtió en el muro de un encierro.

El domingo, la derecha política de este país, la que se decía "civilizada" y homologada a las derechas europeas, se manifestará de nuevo. Sin banderas, dice Núñez. Veremos, digo yo, porque seguro que harán patrimonio de la española como hacen siempre, en plazas y en estadios.

Porque ya no asombra a nadie que el PP y Podemos coincidan: hace tiempo que forman parte del eterno retorno de lo idéntico, desde las épocas gloriosas de López y Anguita. Pobres los que le votan y los que le soportan, dice la anciana a Zaratustra.

Cuando era niño y mucho más de provincias que ahora, leía con frenesí la prensa local. Ya casi no hay de esa: todo es glolocal. El papel prensa no huele como antes, me lo dijo un quiosquero de Bilbao y se empeñó en ratificarlo un taxista de Vitoria ante la mirada impertérrita de una camarera serbia. En Vitoria todo es muy limpio. En Madrid también, siempre que no te fijes en el gesto huraño de algunas gentes.

Todos nos iremos de Madrid, algún día, porque nunca en realidad hemos estado aquí. Vivir en Madrid no es como vivir en Zaragoza, en Coruña, en Barcelona y no digamos en Las Palmas de Gran Canaria. Hemos estado en la ruta de servicio de una ciudad otrora laica e incluso divertida colocada ahora en los estertores del servilismo turístico y los sabores rancios.

Durante la Feria de San Isidro, más de cien mil personas ven las corridas de toros en televisión. Hasta en las dehesas están contentas las madres de los bravos.