¡Que viene el lobo nuclear!
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Uno de los cuentos infantiles más didácticos es el del pastorcillo que entretenía sus horas de aburrimiento alarmando a sus vecinos con falsos gritos de "¡Que viene el lobo!". Todo el mundo conoce la moraleja: un día llegó el lobo y nadie acudió al rescate del mentiroso.
En la vida real, sin embargo, a veces las cosas ocurren al revés. El lobo viene una y otra vez y, a pesar de la evidencia, nadie termina de creerse los gritos de los pastores. Ese es el caso de la proliferación nuclear. El lobo ya llegó a Israel, la India, Pakistán y Corea del Norte… y seguimos sin tomarnos en serio las voces que nos dicen que puede aparecer en otros lugares. ¿Cómo podría ocurrir algo así si lo prohíbe el Tratado de No Proliferación?
Con tratado o sin él, el último de los lobos nucleares es el que llegó a Corea del Norte. A pesar de las duras sanciones impuestas por la ONU al régimen de los Kim, el programa de la dinastía reinante salió adelante. El precio fue alto: el hambre de su pueblo, el aislamiento internacional, la condición de Estado paria… solo un tirano como Kim Jong-un podría haber pagado esa factura, disuasoria para la mayoría de los gobernantes, buenos o malos, que existen en el mundo.
Por desgracia, la invasión de Ucrania ha convertido el planeta en un outlet en época de rebajas. Después de los pueblos ucraniano y ruso, que la pagan con sangre, la víctima más clara de las ambiciones de Vladimir Putin ha sido el multilateralismo. Como se ha podido comprobar en la reciente Cumbre de la ONU en Sevilla, la comunidad internacional ha dejado de serlo. Ahora los vecinos están enfrentados unos con otros y eso, entre otros serios inconvenientes, abarata enormemente el precio de la proliferación.
Volvamos a Corea del Norte, el lugar donde están más claras las rebajas nucleares. En contrate con las duras sanciones contra el régimen que en su día aprobaron en la ONU tanto Putin como Xi Jinping, hemos tenido que ver estos días como el ministro Lavrov, de visita en Pyongyang, declaraba que el programa de Corea del Norte había llegado a la conclusión "oportuna" antes que Irán, evitando así para siempre el ataque de sus enemigos.
Obviamente, las declaraciones de Lavrov en favor de Corea del Norte tienen un precio en munición de artillería, misiles balísticos y, sobre todo, sangre de los centenares de soldados norcoreanos muertos en la guerra contra Ucrania. Pero, para Kim, se trata de una ganga. Mucho mayor fue el coste del aislamiento internacional al que la Rusia de Putin acaba de poner fin.
Ahora el lobo viene en Irán. A pesar de que israelíes y norteamericanos bombardearon todas las instalaciones nucleares que pudieron —en esencia, las que no tenían reactores operativos que pudieran causar un desastre humanitario y ambiental— la República Islámica todavía cuenta con su central de Bushehr. Allí trabaja codo con codo el personal científico iraní con el ruso que ayudó a construir el reactor. Cancelado el régimen de inspecciones del Organismo Internacional de la Energía Atómica, lo que se cueza allí, a salvo de los bombardeos de unos u otros, nadie lo va a saber.
Pero, claro, ¿cómo vamos a creer que, por un precio, Rusia pueda ser cómplice de proliferación en un país que, antes de la guerra de Ucrania, había sido sancionado por todos por su programa nuclear? ¡Menudo disparate! Y así nos va. Si un día los europeos nos convertimos en la única oveja nuclear en un mundo de lobos, no será porque nadie nos lo haya advertido.