El colapso de cada día
Lo único que no cesa el finde es la política y eso es porque hay que llenarlo todo y no dejar huecos al enemigo.

La parada de los monstruos se refresca cada semana. El asunto del día estalla en mil fulgores y cada uno parece que va a dinamitar con sus explosiones el universo de referencia, que puede ser un país, un festival de música, un famoso o famosa o cualquier ente que goce y sufra de audiencia suficiente para prolongar el paroxismo… que dura hasta que el viernes toca la campana y cada cual se va a relajarse hasta el próximo fin del mundo local.
El espasmo gratuito es una forma de vida. Una forma de guerra permanente entre facciones de todo tipo, aunque el paradigma es la política, en la cual desembocan las demás.
Cada semana trae su griterío específico, su petit fin del mundo.
El finde hay un tema diferente, de jolgorio, verbena y resumen. El finde hay crímenes tanto de profesionales como de odio, de proximidad. En todos los ambientes se da la opción pasión vs. oficio, y a menudo los límites se confunden. En general, los límites de todo son más difusos cada día, o es la lógica borrosa a la que no llegan las pinzas de la IA. Quizá esa ambigüedad es el último reducto de lo humano, la prueba de Harrison Ford para detectar replicantes.
Las terrazas arden de móviles y esas lucecitas atraen el doble de neutrinos, que son polillas cósmicas que nos atraviesan y salen por la otra punta sin hacer cosquillas. Los neutrinos son independientes y eso les da un prestigio silencioso. Se prevé que los neutrinos invadan las novelas de la próxima temporada.
El finde cesan los delitos de Estado porque los sicarios son amateurs y autónomos, advenedizos aficionados que practican el intrusismo esporádico y se vengan de sus jefes invisibles con el absentismo fiestero que ya es la última defensa del pobretariado.
Lo único que no cesa el finde es la política y eso es porque hay que llenarlo todo y no dejar huecos al enemigo. La política, en su modo espectáculo de gladiadores, el único vigente, solo exige aguante y descaro, requisitos mucho más asequibles que el empeño de modificar la realidad, siempre tan compleja y erizada de púas que exige medios ya extinguidos y desprestigiados. Las alternativas son más griterío y más trifulca, destruir el sistema desde dentro, o lo que queda de él. El que manda solo aspira al poder absoluto, le molestan las interferencias, las constituciones, los pilares de Montesquieu.
Cada semana trae su tema del día que luego se disuelve y se agota entre espasmos. A veces algún asunto impacta en todo un país, como el apagón en España, y entonces se trata de lanzar bengalas y fuegos de artificio para el olvido por saturación y silencio. Pasan los meses y, siendo un mundo que se mide por milisegundos y en el que todo se registra, no se sabe nada... excepto que nunca se sabrá.
Algunos chispazos de la noticia del día se sustancian en tribunales y se abren procesos que durarán hasta fosilizar los olvidos. Cada semana trae su colapso del lunes, su ristra de fin del mundo que apasiona a las audiencias y anuncia el caos total, si no fuera por los viernes, el sistema, ya muy tocado y siempre a flote de milagro, reventaría. Los viernes son el sostén de Occidente.