La caña de España
No hay rincón de España, por recóndito que sea, donde no se pueda tomar una cerveza sin que nadie lo impida. El nuestro es un país disfrutón y las terrazas,...

No hay rincón de España, por recóndito que sea, donde no se pueda tomar una cerveza sin que nadie lo impida. El nuestro es un país disfrutón y las terrazas, más ahora con los calores del verano, son exponente de un modo de entender la vida. Esta forma de ser no es exclusiva de Madrid, como Díaz Ayuso pretende vender. Ella lo hace en el intento de estirar los réditos electorales que obtuvo en pandemia con su campaña a favor de abrir los bares antes que nadie a pesar de la incidencia brutal que tuvo la covid en la región, especialmente en las residencias de ancianos. La sanidad, la educación, incluso la vivienda, todo quedó superado entonces por su famoso lema de «la caña de España».
Aun estando lejos del periodo electoral, Díaz Ayuso no renuncia a seguir exprimiendo el populismo cervecero y semanas atrás, en un acto público junto a Feijoó y Martínez-Almeida, volvió a la carga con su exaltación de la caña con aquello de: «Somos de Madrid, nos gustan las terrazas, la alegría, la cervecilla y el vino». Es como si el resto de los españoles fueran unos tristes y el espíritu callejero y la alegría madrileña la inspiraran los gestores de la puerta del Sol.
En lo que a la cerveza se refiere hay algunos datos que vienen a matizar el entusiasmo de Ayuso por tan popular brebaje. La patronal del sector registró en los dos últimos años una significativa contracción de las ventas, algo que no ocurría desde la crisis económica de 2013. Cae no solo la facturación o el volumen, sino también, y con mayor intensidad, el consumo por habitante, que se situó por debajo de los 53 litros, un 5% menos. De esta caída solo se salva la cerveza sin alcohol y la 0,0, que subió un 4% y supone ya un 15% del total de la cerveza que se comercializa en España. Este fenómeno es especialmente interesante porque en ningún país occidental se bebe tanta cerveza sin alcohol como en el nuestro, lo que confirma algunos cambios de tendencia muy considerables en los hábitos de consumo.
Empieza a imponerse la idea de que el alcohol ya no es algo obligatorio para las relaciones sociales. Ya no está mal visto ni hay que dar explicaciones por pedir una bebida libre de graduación y se va imponiendo la moderación, no solo en el consumo de cerveza sino también en el del vino y los destilados. El sector vinícola ha registrado también descensos en las ventas a pesar del gran salto cualitativo obrado por las bodegas españolas y su progresiva competitividad en el mercado exterior. Es verdad que se bebe menos vino, pero el que se bebe es de mejor calidad y, en términos generales, con mayor moderación; lo mismo ocurre en el mundo de la coctelería.
Hay una concienciación creciente por cuidar la salud, especialmente en los jóvenes, y aunque en algunos casos se lleva la preocupación al paroxismo en términos generales es una buena noticia que poco a poco las nuevas generaciones se vayan alejando del beber por pillar ‘el punto’ para socializar o huir del tedio cuando se carece de iniciativas o aficiones. Aquel valor instrumental que se le otorgaba al alcohol como forma de desinhibirse para conectar socialmente y poder ligar ha ido perdiendo protagonismo en favor de las aplicaciones y páginas de contacto. El beber mantiene incólume su carácter de divertimento, pero en los móviles la gente joven usa ya un lenguaje bastante más directo del que empleaba con un botellín en la mano.
Somos el sexto productor de cerveza a nivel mundial y el segundo de Europa después de Alemania. La excelencia del sector cervecero español ha tenido merecidos reconocimientos internacionales, lo que tampoco justifica el usar «la caña de España» en el populismo electoral.