Yo, mutante

Yo, mutante

La vida cambia. Y nos cambia. No necesariamente de golpe, sino a base de vivencias, tropiezos, zancadillas y traumitas. Un día te levantas y descubres que ya no eres el de hace unos años. Es como haber pasado por un laboratorio emocional de Marvel, saliendo de allí convertido en otra versión de ti mismo: sí, he mutado.

Yo creía en el amor para toda la vida, en las relaciones de peli Disney, y ahora… no tanto. Me imaginaba viviendo bajo el mismo techo, compartiendo factura de la luz y hasta vasito para el cepillo de dientes. Ahora, me parece mucho más atractivo el concepto LAT: Living Apart Together. Algo así como ‘cada uno en su casa… y Dios en la de todos’. ¿Querernos? ¡Claro! Pero con espacio, nevera propia y mando de la tele intransferible. Antes veía el sexo como algo exclusivo y hoy, según como sople el viento. Antes me imaginaba organizando una boda y hoy me veo más celebrando una despedida de casado. ¿Está mal? ¿Es evolución o involución? ¿Es fallarme a mí mismo o resiliencia?

Nos pasa a todos. Un ex idiota, un jefe insufrible, un amigo que nos decepciona… y de pronto, cambian cosas que teníamos grabadas a fuego. Lo que antes defendías apasionadamente ahora es escrutado con escepticismo. Lo que antes era imprescindible ahora da igual. Y entre tanto cambio surge la duda: ¿se recupera alguna vez la esencia o nos convertimos en alguien nuevo para siempre?

Yo era de besitos y abrazos y ahora soy más arisco que un gato mojado. Y no pasa nada. Mutar no significa perderse, es adaptarse. Sobrevivir con la piel más dura y con nuevas formas de entender la felicidad. Supongo… Sirva esta columna como preludio a mi cita de hoy con la psicóloga. Así, cuando me pregunte qué tal estoy, solo tendré que decirle: "Maite, soy un mutante". Y seguro que nos reiremos juntos, porque al final, evolucionar (aunque sea a base de ex idiotas) también es crecer. Y eso siempre es una buena noticia.