Canta, Victoria, ¡canta!

A golpe de taconazo, minivestido negro de Gucci y con las sonrisas contadas, a finales de los años 90 miraba a la cámara y decía: "Yo soy la spice pija". Y lo sigue siendo. Los micrófonos dieron paso a las pasarelas y las melodías pop se transformaron en focos de desfile de alta costura. Victoria Beckham acaba de estrenar su documental en Netflix y, por primera vez, se muestra icónica, pero también de carne y hueso.
Con tremenda honestidad, Victoria habla con serenidad sobre sus fracasos, sus trastornos alimenticios, sobre la presión y el acoso al que la prensa la sometió y sobre el precio que sigue pagando por intentar ser perfecta sabiendo que vive siendo siempre observada.
A diferencia de otras, Victoria lo cuenta sin victimismo, sin dramas, y con la calma de quien parece haber hecho ya las paces con su reflejo. No olvida quién fue ni quién es: la más elegante de las Spice Girls, la que nunca se despeinó, la que convirtió la actitud en una millonaria marca registrada.
Su historia es la de una mujer que ha evolucionado sin dejar de representar el feminismo que marcó a toda una generación. Porque las Spice Girls enseñaron a millones de niñas y niños de cada rincón del planeta que el poder también podía ser rosa, y que el Girl Power! no era solo un eslogan, sino un permiso para ser una misma. Las Spice Girls son libertad y diversidad en un refugio divertido donde bailar sin miedo.
Victoria se muestra brillante, sofisticada y fuerte, pero sigue costando verla sonreír. Echo de menos su humor. El que muestra en las distancias cortas. Esa genial chispa británica que pudimos ver en el documental de su marido… me falta. Es obvio que se siente más cómoda en el control que en la improvisación.
Pese a eso, la victoria, es suya. Por hablar con sinceridad, por reinventarse sin perder su esencia y porque cantando, o dando el cante, ya nadie le dirá eso de: "No cantes, Victoria".