¿Sigue siendo la economía, estúpido?
Cada vez que que se le pregunta por los casos de corrupción, Sánchez presume de números.

En los años 60, el genial Billy Wilder consiguió un gran éxito con una película titulada Kiss me, stupid (Bésame, estúpido). El título de esta comedia romántica fue parafraseado por uno de los grandes estrategas políticos americanos, tres décadas después. James Carville, con su acento sureño indescifrable y una enorme inteligencia intuitiva, diseñó la primera campaña presidencial de Bill Clinton, en 1992. En febrero de 1991, Estados Unidos dio por terminada la Guerra del Golfo con un éxito de sus tropas, al expulsar al ejército iraquí de Kuwait. Con esa victoria militar en su legado político, el presidente George H. W. Bush (padre de otro presidente, George W. Bush) creyó que la campaña para su reelección estaba hecha, en la idea de que sus compatriotas no le harían perder en las urnas lo que él había ganado en el campo de batalla, a pesar de que eso es exactamente lo que le ocurrió a Churchill días después de ganar la II Guerra Mundial.
Carville, conocedor de la experiencia churchilliana, divisó en el horizonte que las elecciones no se ganarían en el terreno de la política exterior, sino en el del bolsillo. Y, convencido, colocó encima de su escritorio en el cuartel general de la campaña una placa con este lema: It's the economy, stupid (Es la economía, estúpido). Traducido al lenguaje de los economistas, la campaña no iría de tanques, sino de mantequilla. Bill Clinton ganó aquellas elecciones.
Pedro Sánchez aparenta ser un convencido de esa estrategia. Cada vez que en el Parlamento o ante los periodistas se le pregunta por los casos de corrupción, el presidente responde que nuestra economía crece más que la media europea y que el empleo mejora a buen ritmo (no utiliza en su letanía los datos de pobreza infantil o vivienda, que son altamente preocupantes después de siete años de gobierno de la izquierda).
Cuando los asesores políticos tienen que idear una campaña, la primera pregunta que deben responder es de qué van estas elecciones. Las hay –muchas– que, en efecto, van de economía, pero no todas.
Felipe González ganó el poder en 1982 porque suponía un cambio histórico imprescindible, aunque la mala situación económica le ayudara. Aznar ganó en 1996 porque los casos de corrupción de la época arrasaron la imagen del PSOE. El PP nunca hubiera perdido las elecciones de 2004 por la situación económica, porque los datos eran excelentes. Pero la Guerra de Irak y el 11-M acabaron con las opciones de Rajoy. Por el contrario, la crisis financiera de 2008 sí derribó a Zapatero, pero no a Rajoy en 2018, que cayó en una moción de censura por la corrupción del PP. ¿De qué irán las próximas elecciones? ¿De números o de corruptos? Quizá esta vez no sea la economía, estúpido.