La nomofobia, el miedo irracional a estar sin móvil, puede repuntar entre los jóvenes en verano: "Son el grupo más vulnerable"
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Lo último que miramos antes de dormir; lo primero al levantarnos. El teléfono móvil ha ido convirtiéndose gradualmente en una extensión de nuestra propia realidad, y ya no sólo realizamos acciones con él; llevamos una "nueva" vida digital. Comunicamos, consumimos, trabajamos, descansamos y nos relacionamos a través de la pantalla. Pero esa hiperconectividad, que parecía inofensiva, empieza a tener consecuencias.
La más común, aunque aún poco visibilizada, es la llamada nomofobia: el miedo irracional a no tener acceso al móvil. Estos comportamientos, cada vez más comunes entre adolescentes y jóvenes adultos, responden a un patrón claro. María Quevedo, directora de tratamiento de la Clínica Recal, indica que la nomofobia "no está reconocida oficialmente como un trastorno mental o adicción, pero puede generar síntomas similares a los de la ansiedad y otros trastornos psicológicos".
El término es el acrónimo de no mobile-phone fobia, dependencia al teléfono móvil llevada al extremo. Se define por una serie de síntomas similares a los de una adicción: dependencia, estrés, insomnio, nerviosismo, necesidad compulsiva de revisar el dispositivo o malestar al quedarse sin batería o cobertura. "El uso excesivo y descontrolado del móvil puede llevar a la pérdida de control, a la búsqueda compulsiva de gratificación a través del dispositivo y a la dificultad para dejar de usarlo, incluso cuando hay consecuencias negativas", señala Quevedo.
Según el I Estudio del Bienestar Digital del ING, de 2024, se trata de un problema que sufre hasta un 70% de la población. La afección aumenta cuando se trata de gente joven; en 2022, la compañía de telefonía móvil OnePlus informó que el 81% de las personas entre 18 y 35 años en España padecen nomofobia, convirtiéndose en los europeos más afectados tras los italianos.
Las edades más vulnerables
Los adolescentes —especialmente entre los 14 y los 16 años— son el grupo más afectado por la nomofobia. Así lo confirman tanto los estudios clínicos como la experiencia de centros especializados. "Es el grupo demográfico más vulnerable", explica María Quevedo. "Los jóvenes de hoy en día han crecido en un entorno donde los teléfonos móviles son omnipresentes, lo que puede llevar a una mayor dependencia".
Aunque a menudo se asocia a la nomofobia con una "adicción al móvil", muchos especialistas insisten en que su raíz es más profunda. No se trata sólo de una conducta repetitiva o de consumo excesivo, sino de un vínculo emocional con el dispositivo, que opera como un refugio ante carencias afectivas, baja autoestima o miedo al aislamiento social. "Los adolescentes están en una etapa de desarrollo en la que buscan la aceptación social y la identidad, y el teléfono móvil puede convertirse en una herramienta clave para lograrlo, lo que puede hacer que la pérdida del móvil sea aún más angustiante", señala Quevedo.
Verano, un entorno favorable para la hiperconexión
Durante los meses estivales, la exposición a esta dependencia se intensifica. La ruptura de rutinas académicas, la mayor flexibilidad de horarios y el aumento del tiempo libre contribuyen a un uso más prolongado del móvil. A esto se suma la presión social por compartir en redes cada momento del verano: fotos, vídeos, historias, publicaciones, viajes.
En palabras de Quevedo, "es posible que la nomofobia se agrave en verano debido al aumento del tiempo libre y, por lo tanto, del uso de dispositivos móviles". Durante las vacaciones, muchas personas utilizan el teléfono como única vía de entretenimiento, lo que refuerza el vínculo de dependencia. "Con más tiempo libre, hay más oportunidades para usar el móvil", afirma Quevedo, "lo que podría llevar a un aumento en la frecuencia de revisión del móvil y, en consecuencia, a una mayor ansiedad si se está lejos del dispositivo".
Pero no es solo cuestión de ocio. También influye la falta de estructura diaria y la ausencia de límites externos. Según la especialista, "la falta de una rutina diaria durante las vacaciones puede hacer que sea más difícil establecer límites en el uso del móvil, lo que podría llevar a un uso más prolongado y problemático".
La figura de los padres
Esta dependencia, si bien no está considerada como una adicción, podría derivar en trastornos más complejos si no se aborda a tiempo: "Puede exacerbar problemas de autoestima, afectar las relaciones sociales y llevar a dificultades en el ámbito académico o laboral", indica la profesional.
En este contexto, el papel de las familias es clave tanto para detectar como para intervenir. Quevedo recomienda prestar atención a señales como "revisar constantemente el teléfono, incluso sin notificaciones, priorizar el móvil sobre otras actividades importantes, o mostrar ansiedad ante la falta de batería o cobertura". Para ello, "los padres deben ser un ejemplo de uso moderado del móvil y participar en actividades familiares que no requieran dispositivos electrónicos", subraya.
Cuando el problema se vuelve persistente o incapacitante, es fundamental recurrir a ayuda profesional. "Si la nomofobia es grave, es importante buscar ayuda de un profesional de la salud mental", concluye Quevedo.