El síndrome de Noelia
Noelia Núñez, la mujer de las titulaciones menguantes, y José Ortega y Gasset, el filósofo, tienen algo en común: ambos fueron diputados en las Cortes Generales. Las comparaciones son odiosas, pero la decadencia de Occidente a principios del siglo XX no había hecho nada más que empezar.

Noelia Núñez, la mujer de las titulaciones menguantes, y José Ortega y Gasset, el filósofo, tienen algo en común: ambos fueron diputados en las Cortes Generales. Las comparaciones son odiosas, pero la decadencia de Occidente a principios del siglo XX no había hecho nada más que empezar. Y no se trata de hacer ahora leña del árbol caído, porque vengo denunciando hace tiempo la pavorosa mediocridad de la política española en las últimas décadas, se llame Noelia o sea el Comisionado del Gobierno para la DANA. Fue Ortega el que dijo que lo peor de Franco no era su poder dictatorial, sino el nivel de mediocridad que representaba y al que había dado lugar en España. Pues bien, de Franco hasta ahora, se ha impuesto el principio de Dilbert según el cual "las personas con escaso conocimiento tienden sistemáticamente a pensar que saben mucho más de lo que saben y a considerarse más inteligentes que otras personas más preparadas". Y allí están, al frente de partidos políticos y de instituciones públicas, amamantados por el presupuesto.
Hasta hace unas semanas, como en la prodigiosa película sobre Malkovich, había algunos jóvenes que se preguntaban "cómo ser Noelia Núñez". Miles de seguidores, ‘me gustas’ frenéticos, fotos robadas. La aspiración de muchos idiotas, que no es otra que triunfar en la política profesional. Un ejército de estúpidos imbuidos de la enfermedad del siglo XXI: la mediocridad icónica de las redes sociales y el influjo irreverente de las estrellas fugaces de la televisión. La inmensa mayoría de los jóvenes detestan estos comportamientos, pero hay una minoría que ha visto en los partidos políticos una forma de medrar sin contemplaciones. No sorprende que haya nuevos votantes que huyan de los partidos como si fueran la peste, y casos como este, que no es el único a izquierda y a derecha, confirman su desafección.
Estos personajes son fácilmente reconocibles. Asistieron a algunas clases en la universidad por distracción animal, hasta que cayeron raudos en la cuenta de que se podían ganar la vida sin pegar palo al agua a través de un partido. Los más intuitivos buscan un padrino o una madrina bajo cuya sombra crecen: se convierten en seres maleables, vegetativos, dóciles, carentes de personalidad. Son sumisos, parte de un rebaño en el que lo primero que hay que aprender es a quién adular. Explotan sus posibilidades de ascenso y van devorando a sus potenciales rivales. Es más, acaban razonando comprensiblemente que si otros lo han conseguido, por qué no lo pueden hacer ellos mismos. Terminan asumiendo, sin haber leído a Ortega, que "en una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia". Y ellos de incompetencia van sobrados.