El ignorable Puigdemont

El viaje de Puigdemont a ninguna parte se acerca a su final. Es cierto que pudo terminar mucho antes, porque el 23 de julio de 2023, cuando Pedro Sánchez convocó a los españoles a votar en esa fecha tan pintoresca, el líder independentista se había convertido en un personaje aislado, olvidado y ninguneado. En sentido estricto, era un don nadie. En aquellas elecciones, su partido, Junts, perdió votos, pero encontró el oxígeno que ya no tenía: sus siete escaños eran imprescindibles para investir a un presidente.
Sánchez se entregó al prófugo, le regaló la amnistía y le concedió el poder de condicionar al Gobierno, porque sin esos siete votos no se aprueba nada en el Congreso. Pero hemos superado el ecuador de la legislatura, y en estos dos años ha ocurrido algo muy beneficioso para el presidente: ha dejado de importarle perder votaciones en el Parlamento, llevando a la práctica aquella advertencia que lanzó en los días de su investidura, de que se mantendría en el poder con o sin el apoyo del Poder Legislativo.
Esa afirmación es incompatible con la democracia parlamentaria, porque un gobierno gobierna si dispone de mayoría en la Cámara Baja. Y si no hay mayoría, o se constata sometiéndose a una cuestión de confianza o se convocan las urnas. Eso es lo normal. Pero Sánchez, desde que llegó a la secretaría del PSOE hace 11 años, se ha esforzado, con éxito, en convertir en normal aquello que nunca lo fue, y en reescribir las bases fundamentales de la ciencia política democrática.
Ahora perder votaciones es, simplemente, un episodio que glosarán los medios, pero que será ignorado por el perdedor, como si tal cosa no hubiera ocurrido. Y ese es el problema para Puigdemont: si a Sánchez no le importa perder votaciones en el Congreso, los siete escaños del prófugo son perfectamente ignorables, y Junts deja de ser el partido que controla la gobernabilidad (o la ingobernabilidad).
Por tanto, que Puigdemont dé la orden de derribar a Sánchez para que se vea obligado a convocar elecciones ya no es una amenaza para Moncloa, y Puigdemont vuelve a la situación previa a julio de 2023: es un don nadie; no tiene poder en Cataluña, donde ni siquiera lidera la oposición, y no tiene poder en Madrid, porque sus escaños son improductivos. Y esto provoca una paradoja muy llamativa: cuantos menos diputados apoyan al Gobierno (tanto Junts como Podemos están en rebeldía), Sánchez dispone de mayor margen de maniobra.
El Pedro Sánchez de 2019 convocó elecciones generales cuando constató que no disponía de apoyos para aprobar los Presupuestos. El Pedro Sánchez de 2025 deja bien claro que habrá elecciones cuando le interese a él, y no a Puigdemont ni a Pablo Iglesias. Con o sin Presupuestos.