Ética o estética

Se parecen mucho estas dos palabras. Las dos proceden del griego, ética viene de ethos, que puede traducirse como el carácter o las costumbres y, en cambio, estética viene del vocablo aisthesis, algo así como las sensaciones o las percepciones que tenemos. También ambas tienen su origen en la filosofía, es decir, en esas grandes preguntas que el ser humano se ha hecho sobre la vida. La ética nos dice cómo comportarnos y la estética por qué percibimos algo como bello o feo.
Quizás por todo lo anterior o porque ética y estética se escriben casi igual, ya que empiezan y terminan con las mismas letras y en el medio hay una t, tengo la sensación de que cada vez se confunden más esas dos palabras. La razón me temo que está en este mundo tan acelerado en el que vivimos con poco tiempo para reflexionar y la necesidad, al mismo tiempo, de contar cada cosa que hacemos y pensamos. La irrupción de la inmediatez de las redes sociales, con una ventana tan pequeña de atención de la que disponemos y la exigencia de usarla para seguir existiendo como profesional o como persona, nos lleva a asumir los códigos de los influencers: generar impacto, bueno o malo, pero que no se olvide nuestra huella digital.
De modo y manera que cuestiones complejas se despachan con un exabrupto; situaciones trascendentales de la vida se explican con una foto o una canción; cambios profesionales relevantes con un emoji y el posicionamiento ante los conflictos del mundo se resume en los colores de una bandera o una palabra fetiche.
Conviene recordar que la ética alude a lo que está bien hecho y la estética a que lo hecho sea bonito. Pero la necesidad de contar en muy poco tiempo conceptos y situaciones complejas nos ha hecho optar por la estética en detrimento de la ética. Importa más el cómo que el qué, es decir, que lo que pongo en redes sociales sea estético, me ayude a tener más seguidores o una mejor imagen vale más que si está pensado, argumentado y acorde con mi escala de valores y la de la sociedad en la que vivo.
Nos hemos olvidado con tanta batalla cultural que lo importante es la ética, si los comportamiento son correctos más allá de la estética de qué experimentarán mis seguidores cuando lean mi post.
Lo grave es que la forma de comportarse en las redes sociales se ha exportado al resto de ámbitos de la vida. Nos hemos contagiado de tantas horas en internet y cuando estamos con amigos, en familia, pero también en el trabajo reproducimos los códigos de las redes sociales. Cada vez dedicamos menos tiempo a los que queremos, pero también menos tiempo a pensar el porqué de las cosas y por supuesto a reflexionar sobre lo que está bien o mal. Solo pensamos en despachar rápido cada tarea -eso sí, quedando bien- para ir a por la siguiente. Y nos hemos olvidado de que la vida no son posts con reacciones sino personas con sentimientos.