¿A qué tenemos que esperar?

Dicen que todos, en algún momento de nuestra vida, pasaremos por el trance de hacernos una prueba para descartar un posible tumor maligno. No sé en qué cifras se basan ni en qué estadísticas pero con una esperanza de vida cada vez mayor y con unos hábitos de salud que, en ocasiones, parece que estemos olvidando (mala alimentación sumado al sedentarismo), puede que esa afirmación no sea tan descabellada.
Me ha tocado vivir de cerca esa eterna espera en la que el TAC o la biopsia descarten que ese bulto es maligno. Y son días de mucha angustia, de mucha incertidumbre, la palabra cáncer sigue asustando, por mucho que hayamos avanzado en curas y tratamientos; la palabra cáncer sigue sonando a una condena maldita para quien la padece y para quienes viven cerca. Días en los que solo esperas una llamada que te saque de esa incertidumbre, en la que tus rutinas las cumples casi como un autómata porque tu cabeza está en esa llamada.
Ahora hay cientos de mujeres en esa tesitura. Mujeres que se hicieron su mamografía y confiaron en que, haciéndose esa prueba cumplían con la parte de la prevención que siempre nos piden los médicos, esa prevención que salva vidas nos dicen (y que es así si se hace bien). Mujeres a las que, a día de hoy, seguimos sin saber si un fallo humano, un fallo del protocolo, una mala previsión o gestión, les ha dejado ahora en un limbo con el que tienen que lidiar. Un limbo que puede marcar la diferencia entre salvarse o no; un limbo que puede ser una condena porque llegan demasiado tarde.
Hay demasiadas señales de que nuestro sistema de salud ha sido desatendido. No se le ha dedicado ni los presupuestos ni la atención que merecían. No se le ha dotado de medios, de profesionales, no se ha cuidado al personal, no se ha modernizado en los procesos, en la digitalización que, seguramente, habría evitado ese fallo en los casos de cribados de cáncer de mama. Con un sistema bien programado, donde automáticamente cuando hubiese algo que necesitara de una segunda prueba o una llamada saltara con un aviso, no estaríamos hablando de 2.000 mujeres preocupadas por su salud.
Si han tenido la mala suerte de tener a alguien ingresado en un hospital en verano, habrán comprobado que la falta de camas es alarmante. Se cierran habitaciones porque no hay personal para atender a los pacientes. Las instalaciones son mejorables en muchos hospitales públicos. Y no hablemos de lo que comen, ese es otro capítulo aparte.
No sé a qué tenemos que esperar para que las listas de espera, los cribados, las urgencias, las consultas de la sanidad pública no se conviertan en un infierno para los pacientes. No sé a qué tenemos que esperar para cuidar, de verdad, a los profesionales, enfermeros, médicos, celadores de los centros. No sé a qué tenemos que esperar para ponernos a ello, ¿a que todo salte por los aires?