La invasión de los ultraprocesados
Miles de camiones cubren cada día las carreteras españolas de sur a norte hacia los mercados europeos con toda suerte de frutas, hortalizas y otros alimentos. Nuestro clima y la alta tecnología agrícola han convertido a España en la huerta de Europa. Una producción constante y diversa que permite abastecer al continente durante todo el año. Nuestro país cuenta además con la flota pesquera de mayor capacidad de la UE con el 22% de sus capturas totales. La cabaña ganadera española tampoco se queda atrás con respecto a la de nuestros socios comunitarios, siendo líderes en porcino, ovino y caprino y los terceros en vacuno después de Francia y Alemania. Nadie produce en Europa tantos alimentos frescos y de tanta calidad como España y nadie igualmente ha puesto en valor su gastronomía en las últimas décadas como los chefs españoles reconocidos y premiados en todo el mundo. De nuestros alimentos y de nuestra cocina podemos presumir como baluarte de la dieta mediterránea calificada como la mejor y la más saludable.
Teniendo lo que tenemos y siendo como somos, resulta lamentable que los hábitos alimenticios de los españoles hayan experimentado en las últimas décadas la evolución que muestran los trabajos científicos realizados a nivel internacional y publicados por la revista The Lancet. El informe señala hasta qué extremo los cambios de hábitos alimentarios en favor de los productos ultraprocesados están erosionando la salud de la gente a nivel global. El documento de denuncia, firmado por 43 expertos mundiales, señala a España al haber triplicado el consumo de los ultraprocesados pasando del 11% al 32% de lo que comemos en solo dos décadas. Es decir, que cada vez ingerimos menos productos frescos, de esos que somos los número uno de Europa, y más de los procesados. Todo en detrimento de esa venerada dieta mediterránea de la que nos sentíamos tan orgullosos. Con ser deplorable la degradación del paladar que tal evolución supone, lo peor con diferencia son las consecuencias que para el organismo tiene el consumo de preparaciones industriales con exceso de calorías, azúcares y grasas insalubres, escasas en contenido de fibra y con presencia nociva de aditivos, conservantes y sustancias químicas. Son ingredientes que estimulan el apetito y proporcionan sabores y texturas muy atractivas y comerciales. Si a eso le sumamos el fácil acceso y la comodidad que supone su consumo en una sociedad acelerada en la que resulta cada día más complicado encontrar un rato para cocinar, no será sencillo revertir esta tendencia.
Es por ello indispensable divulgar que la renuncia a los productos frescos en favor de los ultraprocesados tiene consecuencias a medio y largo plazo sobre la salud de quienes abusan de consumir estos últimos. La lista de riesgos que conlleva es larga –obesidad, diabetes, hipertensión, enfermedades coronarias y cardiovasculares o renales crónicas – y está señalada por los científicos para reclamar acciones decididas que frenen su consumo excesivo. La industria que hay detrás es muy poderosa y cuenta con la ventaja del precio que han alcanzado los alimentos frescos con respecto a los industriales, una subida cinco veces mayor de los primeros en relación con los segundos. Frenar esta deriva requeriría, a juicio de los expertos, medidas que graven los productos insanos y abaraten al máximo los saludables, además de mayores exigencias en el etiquetado. "España es el país más rico del mundo", decía una campaña de promoción de nuestros alimentos. Que la invasión de los ultraprocesados no lo arruine.